Él lo explica mucho mejor que yo, pero estoy casi segura que todos hemos presenciado, situaciones parecidas que... como no han acabado en bofetada... ni es maltrato, ni es machismo, ¡Qué equivocados estamos!!!!. Lo más preocupante es que estas situaciones se producen entre gente muy joven, gente del S. XXI. Esta juventud hambrienta de todo que quema etapas a toda velocidad, sin saborearlas, convierten el amor, o lo que ellos creen que es el amor, en una meta más y, en esas ansias de amor, lo pierden todo, hasta perderse a si mismos, su dignidad y su amor propio. ¿Qué es lo que estamos haciendo mal?
MANUEL JABOIS 16 MAR 2016
Hace unas semanas en el aeropuerto de Peinador, Vigo, se despedía una parejita juvenil y enamorada. Él era un chico pálido, con esa blancura fantasmagórica en la piel que hace aflorar venas verdes en los brazos. Ella, una niña rubia con ojeras que no se quería despegar de él. Estuve observándolos un buen rato mientras me quitaba la ropa. Las medidas de seguridad de los aeropuertos tienen a veces cosas insólitas: te sacas el abrigo, la bufanda y las botas mirando de reojo a una pareja y esa pareja ya no sabe qué pensar. Bien pudieron dirigirse hacia mí diciendo: “A lo mejor de tanto desnudarte te va a empezar a pitar la cara”.
Finalmente ella se separó de él y dio varios pasos camino a los detectores. Entonces su pareja empezó a llamarla. Ella no se enteró, así que él, con esa sonrisa tonta que se nos pone cuando los demás oyen pero la persona a la que avisas no, insistió. Pero la chica miraba el móvil. Así que él, tan pálido, enrojeció un poco y volvió a llamarla, esta vez con los dientes apretados. A pesar de que bajó el tono de voz ella se dio la vuelta alarmada. Fue tan desagradable que al momento reconocí la ira contenida en la forma de pronunciar un nombre para que te atiendan: así llamaba yo a mi perro cuando no me hacía caso.
Era la voz de un amo, una especie de ultrasonido que ella detectó al instante a pesar de que dos segundos antes la había llamado a voz de grito. En cuanto el chico se olvidó de dónde estaba y le dio una orden, obedeció al instante. Tarde, porque al girarse de forma tan nerviosa, disculpándose tan patéticamente, él le dijo “ahora tira, anda” y se largó. En el avión, antes de despegar, ella escribió frenéticamente en el móvil. Cuando despegamos y se quedó sin cobertura, se puso a llorar.
Allí estaba aquella juventud eclipsada por el amor dirigiéndose a una relación de mierda. Allí estaba la niña haciéndose mayor en medio de algo que no reconoce como anómalo. Allí estaba el machismo de peor especie: el que sólo necesita modular el tono. El nombre de ella en boca de él: impaciencia, sumisión, acatamiento, amenaza. Fue desolador que no le diese una bofetada; si se la hubiese dado había allí, en el aeropuerto, varios voluntarios que le hubiesen partido la cara de inmediato. Pero no necesitó pegarle. Probablemente no lo necesite nunca. Y censure, muy concienciado, la violencia de género cuando salga en el telediario. Amaestradita la tienes, hijo de puta.
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